Pienso que una de las muchas tareas para una educación renovadora es,
precisamente, el encuentro con la lectura, con la imaginación y con ese
inabarcable mundo de afectos y sentimientos que la poesía despierta.
Una poesía que nos enseña a mirar en las palabras, en su esencial
liberación de otros compromisos que no sea puro lenguaje, pura
significatividad, puro amor a las cosas y a sus sentidos. Somos lo que
entendemos, lo que hablamos, pero también -y no sé si sobre todo- lo que
amamos. La lectura de la poesía, hacer que afloren a los labios de los
alumnos las palabras de los poetas y que se abran, así, a una forma
originaria y viva del decir. Una función pedagógica enriquecedora sería
el hacer que nuestros jóvenes estudiantes en la escuela aprendiesen a
decirse la poesía, a pronunciar con esas palabras los sentimientos que
nos alejan del dominio de la pragmacia y la tecnología imperante. Una
forma de educación que se escapa de la destreza de los teclados, de los
destellos que ofuscan millones de pantallas y que, en última instancia,
compensaría el chisporroteado predominio.
Lenguaje de la economía y la miseria, del engaño y la corrupción, de
la indecencia y de los defensores de la desmemoria para amparar
cualquier vileza del presente con la impunidad de que nunca será
recordado. En la elegía Pan y vino Hölderlin, en palabras citadas en múltiples contextos, se preguntaba: ¿Para qué poetas en tiempos de crisis?
Pues para eso, precisamente para eso. Para evitar que en "épocas de
miseria ocupen su lugar los timadores, los farsantes, los hechiceros,
los fanáticos y otras criaturas del submundo intelectual". -
http://elpais.com/diario/2008/11/22/babelia/1227314352_850215.html
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